Lo primero que sorprende
de mi cueva es el caos que parece en
reinar en ella. No hay ningún sitio donde descansar la vista, todo está completamente
lleno. Dos de las paredes, pintadas de un brillante amarillo, están repletas de
estanterías con libros, que esperan pacientemente que alguien los elija. El
resto de la sala está ocupada por un sofá, un escritorio y cajas y cajas llenas
de viejos juguetes y disfraces, de los que nadie parece acordarse. Un oso de
peluche casi más grande que yo duerme en el sofá. Las paredes que no sufren el
peso de los libros, están llenas de fotos i cuadros. Ni siquiera el techo se
libra, ya que de él cuelgan unos caballitos de mar, que parecen bailar encima
de mi cabeza cuando escribo, y una gaviota suspendida en el aire, que aunque
intente mover sus alas de madera nunca consigue escapar por el balcón. Un
balcón precioso, con vistas a las paredes azules de mi patio y a la hiedra que
nos invade desde la casa del vecino. Y si te asomas a la barandilla, logras ver
como los peces nadan tranquilos en su minúsculo mundo que es el estanque.
La cueva o el despacho de
mi madre (como ella insiste en llamarla) se adapta a la perfección a mi
carácter soñador que, como la habitación misma, es un poco caótico y
contradictorio. Es una habitación con infinidad de usos, aunque el principal
parezca ser el de trastero, es también habitación de invitados, sala de música,
despacho, donde planchamos la ropa…Sin
embargo, los años de gloria de la cueva ya son historia. Años atrás también era
un conocido colegio para muñecas o hasta llegó a ser el puerto espacial de mi
magnífica nave azul (muy parecida a una caja de cartón azul).
Es en este rincón mágico
donde escribo. Un rincón que brilla más por los recuerdos que por lo que
realmente es. Me gusta escribir con los pies descalzos, ya que así pienso mucho
mejor. Muchas veces, busco canciones que se adecúen al momento a la escena que
me dispongo a escribir, pero cuando me adentro en la historia ya no oigo
nada. Cuando al contrario, las puertas de la inspiración se me cierran y las
palabras desaparecen de mi mente, me gusta dar vueltas con la enorme silla de
despacho negra o teclear palabras sin sentido en la vieja y rota máquina de
escribir hasta que las ideas vuelven.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada