diumenge, 16 de novembre del 2014

El sabor de las nubes

Cerró los ojos, intentando calmarse antes de entrar. Tenía tantas ganas de volver a verla... hundirse en sus ojos, saborear su sonrisa… y tal vez hasta oír como su cálida voz pronunciaba su nombre. Presintió que ese sería el día que se acercaría a ella, que sería suficientemente valiente para hablarle.  Antes de entrar en el colorido mundo de la guardería intentó decidir qué le diría. Se acercaría a ella, esquivando a padres, madres y maestras y diría: “Hola, soy Álex, el padre de Maya. Creo que el otro día tu hijo mordió a mi niña.” Todo su ser rechazó esas palabras. Tal vez sería mejor limitarse a decir algo como: “Nuestros hijos son muy amigos.” Aunque lo que en realidad quería era acercar sus labios a la oreja de ella y murmurar algo como: “Ya sé como saben los nubes.” Tal vez así se acordaría de él y los sueños de niños que antes compartían.
En realidad, poco importaban las palabras o los recuerdos.  Lo único que Álex quería era estar  cerca de ella, llenarse todo él de su olor. Volver a ese mundo que ambos habían construido.  Cuando entró al interior de la pequeña guardería, ella ya estaba allí. Hablando con una sonrisa dulce con otra madre. Él la miró fijamente, intentando atraer como fuera su atención. Mientras, su cabeza se iba llenando de imágenes difusas. Recordó esos días que sabían a pintura y jabón. Ya no veía a los niños que jugaban a su alrededor. Solo la veía a ella. Esa niña de mejillas sonrojadas y ojos de ardilla, su amiga, quién soñaba junto a él con vivir en una nube y pintar el cielo.
Las imágenes desaparecieron de golpe, cuando ambas miradas se cruzaron. ¿Le había reconocido? Por el brillo de su ojos y la tímida sonrisa que dibujó, Álex estuvo convencido de que si. Ella se disculpó con la madre con quien estaba hablando y se acercó con lentitud hacía él. Su corazón cantó con alegría. Estaba ocurriendo.  Observó con anhelo como se aproximaba. Cada vez estaba más cerca de él. Finalmente, paró,  y le saludó con nerviosísimo. Él contempló ensimismado como ella se mordía el labio. ¿Qué le iba a decir?
-Oye, tú eres el padre de Maya, ¿verdad? Lamento muchísimo lo del otro día… mi hijo no suele morder a los otros niños así, sin más…