dimarts, 28 d’octubre del 2014

Cruzar el umbral

La niña mira, una vez más, el pequeño papel, comprobando que realmente ese es el edificio. Observa asustada a su alrededor, buscando el valor suficiente para entrar. Se aproxima un poco más a la puerta, intentando esquivar los transeúntes que avanzan con rapidez por la calle. Todo es tan distinto a su aburrido y solitario pueblo…
Lentamente, la noche va apoderándose de todos los rincones de Barcelona, entablando una lucha silenciosa con las relucientes farolas. Y la niña sigue allí de pie, con su horrible vestidito amarillo de rosas púrpuras, mirando con seriedad al edificio que se levanta delante de ella.
Mientras entra al interior y sube por las estrechas escaleras, intenta expulsar todas las dudas que la persiguen. En cambio, imagina una vez más que es lo que encontrará al interior del pequeño piso. Por lo que una amiga le ha contado sabe que en él encontrará una librería enteramente dedicada a libros de magia y un pequeño bar. Sabe, también que estará abarrotado de magos, llenando el espacio de cartas, pañuelos y tal vez, con suerte, incluso palomas blancas. Todo eso hace que la imaginación se le dispare. Un lugar donde no hay público, donde todos son magos, vuelve los trucos en auténtica magia. O eso imagina.
La niña intenta ahuyentar el miedo imaginando que en el interior del piso se esconden conejos con relojes y cartas que son soldados. Pero las dudas son demasiadas. ¿Podrá pertenecer en un lugar tan maravilloso como ese? No es una buena maga, eso lo sabe. Aunque sus dedos sean rápidos, su lengua no lo es. Le falta ese carisma que convierte los trucos más simples en auténtica magia.

Ya no recuerda cuando ocurrió. Cuando lo que era un simple juego se convirtió en una necesidad casi tan grande como respirar. De repente, crear ilusiones, se convirtió en el único modo de escapar de los gritos que tiempo atrás se habían instalado en su casa y de los susurros que la perseguían en el colegio.
Apartando esos pensamientos de su cabeza, hace un rápido inventario del interior de su bolsa rosa. Allí residen elementos tan mundanos como su móvil, monedero y pañuelos. Pero también se esconden un juego de cartas, un sombrero de copa y trucos que ha tardado años en dominar y que ella misma ha inventado, como una mariposa de papel que parece volar.
De repente, todas las dudas se desvanecen. Sabe que pertenece en ese lugar. Dentro de su cabeza ya lo puede vislumbrar a la perfección. Imagina los magos que se esconden detrás de la puerta que convierten hacen aparecer rosas del fuego mientras esperan con paciencia que cruce el umbral. Unas palomas que revolotean en la pequeña ventana del rellano la despiertan de su ensoñación.

Y entonces, la niña abre la puerta.

diumenge, 19 d’octubre del 2014

Mi cueva

Lo primero que sorprende de mi cueva es el caos que parece en reinar en ella. No hay ningún sitio donde descansar la vista, todo está completamente lleno. Dos de las paredes, pintadas de un brillante amarillo, están repletas de estanterías con libros, que esperan pacientemente que alguien los elija. El resto de la sala está ocupada por un sofá, un escritorio y cajas y cajas llenas de viejos juguetes y disfraces, de los que nadie parece acordarse. Un oso de peluche casi más grande que yo duerme en el sofá. Las paredes que no sufren el peso de los libros, están llenas de fotos i cuadros. Ni siquiera el techo se libra, ya que de él cuelgan unos caballitos de mar, que parecen bailar encima de mi cabeza cuando escribo, y una gaviota suspendida en el aire, que aunque intente mover sus alas de madera nunca consigue escapar por el balcón. Un balcón precioso, con vistas a las paredes azules de mi patio y a la hiedra que nos invade desde la casa del vecino. Y si te asomas a la barandilla, logras ver como los peces nadan tranquilos en su minúsculo mundo que es el estanque.
La cueva o el despacho de mi madre (como ella insiste en llamarla) se adapta a la perfección a mi carácter soñador que, como la habitación misma, es un poco caótico y contradictorio. Es una habitación con infinidad de usos, aunque el principal parezca ser el de trastero, es también habitación de invitados, sala de música, despacho,  donde planchamos la ropa…Sin embargo, los años de gloria de la cueva ya son historia. Años atrás también era un conocido colegio para muñecas o hasta llegó a ser el puerto espacial de mi magnífica nave azul (muy parecida a una caja de cartón azul).
Es en este rincón mágico donde escribo. Un rincón que brilla más por los recuerdos que por lo que realmente es. Me gusta escribir con los pies descalzos, ya que así pienso mucho mejor. Muchas veces, busco canciones que se adecúen al momento a la escena que me dispongo a escribir, pero cuando me adentro en la historia ya no oigo nada. Cuando al contrario, las puertas de la inspiración se me cierran y las palabras desaparecen de mi mente, me gusta dar vueltas con la enorme silla de despacho negra o teclear palabras sin sentido en la vieja y rota máquina de escribir hasta que las ideas vuelven.