diumenge, 19 d’octubre del 2014

Mi cueva

Lo primero que sorprende de mi cueva es el caos que parece en reinar en ella. No hay ningún sitio donde descansar la vista, todo está completamente lleno. Dos de las paredes, pintadas de un brillante amarillo, están repletas de estanterías con libros, que esperan pacientemente que alguien los elija. El resto de la sala está ocupada por un sofá, un escritorio y cajas y cajas llenas de viejos juguetes y disfraces, de los que nadie parece acordarse. Un oso de peluche casi más grande que yo duerme en el sofá. Las paredes que no sufren el peso de los libros, están llenas de fotos i cuadros. Ni siquiera el techo se libra, ya que de él cuelgan unos caballitos de mar, que parecen bailar encima de mi cabeza cuando escribo, y una gaviota suspendida en el aire, que aunque intente mover sus alas de madera nunca consigue escapar por el balcón. Un balcón precioso, con vistas a las paredes azules de mi patio y a la hiedra que nos invade desde la casa del vecino. Y si te asomas a la barandilla, logras ver como los peces nadan tranquilos en su minúsculo mundo que es el estanque.
La cueva o el despacho de mi madre (como ella insiste en llamarla) se adapta a la perfección a mi carácter soñador que, como la habitación misma, es un poco caótico y contradictorio. Es una habitación con infinidad de usos, aunque el principal parezca ser el de trastero, es también habitación de invitados, sala de música, despacho,  donde planchamos la ropa…Sin embargo, los años de gloria de la cueva ya son historia. Años atrás también era un conocido colegio para muñecas o hasta llegó a ser el puerto espacial de mi magnífica nave azul (muy parecida a una caja de cartón azul).
Es en este rincón mágico donde escribo. Un rincón que brilla más por los recuerdos que por lo que realmente es. Me gusta escribir con los pies descalzos, ya que así pienso mucho mejor. Muchas veces, busco canciones que se adecúen al momento a la escena que me dispongo a escribir, pero cuando me adentro en la historia ya no oigo nada. Cuando al contrario, las puertas de la inspiración se me cierran y las palabras desaparecen de mi mente, me gusta dar vueltas con la enorme silla de despacho negra o teclear palabras sin sentido en la vieja y rota máquina de escribir hasta que las ideas vuelven.